En el mapa de la ciudad que levantó Diego García Conde en el año de 1793 aparece señalada una plaza de toros. Artemio de Valle Arizpe supone que podría tratarse de uno de esos cosos taurinos que levantaban provisionalmente para fiestas y festejos. Añade además que los lugares elegidos durante el virreinato para abrir lugares de ocio y diversión eran principalmente la Plaza del Volador, hoy asiento de la Suprema Corte de Justicia, o las muy amplias que quedaban frente al convento de monjas de Santa Isabel.
Tres fueron los lugares en los que los habitantes de la ciudad socializaban: la iglesia, los tianguis y la pulquería. En estos sitios corría como el viento el rumor, la leyenda de aparecidos, las historias de doncellas mancilladas, la trama de hombres caídos en desgracia. La casa se concebía como lugar exclusivo para el reposo. Las fuentes, donde abastecían de agua a las casas, eran ágoras de opinión pública e incluso de intento de conspiración y de no pocas historias de amor.
Desde el futuro podemos imaginar esa plaza, en la esquina de Eje Central y Avenida Hidalgo, ver en el pasado de esas calles a hombres y mujeres del virreinato preguntando por el torero del día, comprando fruta o vendiendo pulque mientras caminan por caminos de polvo y fango. La diversión y el ocio derrotan adversidades.
Este tipo de crónicas de la ciudad de México deberían, hacerlas un libro que todos pudiéramos comprar y asi conocer mas de esta ciudad que guarda tantas historias, y que por obvias razones aprenderíamos a cuidar y amar mas.