En 1522 ó 1523, la Ciudad de México brota de una hoja de papel. El hombre que la traza sobre un pergamino condenado a desaparecer es Alonso García Bravo, El Jumétrico (el geómetra).
García Bravo desembarca en 1518, bajo las órdenes de Diego de Camargo, y es herido en el Pánuco. Al año siguiente se une a los hombres de Cortés. Participa en diversas expediciones de conquista. Se le encomienda la construcción de una fortaleza que proteja a la guarnición de Veracruz del ataque de los indios. No participa en la conquista de México-Tenochtitlán, pero a la caída de ésta es llamado para que emprenda el trazo de la nueva ciudad.
En la actual esquina de Argentina y Guatemala, El Jumétrico constituye su epicentro. A partir de ahí traza dos ejes rectores, el decumanus maximus, de oriente a poniente, y el cardo maximus, de norte a sur. La cuadrícula fija para siempre el espacio metropolitano, la Catedral, la Plaza Mayor, la longitud y anchura de las calles que en los cuatro siglos siguientes provocarán el azoro de los viajeros: «¡Cómo se regocija el ánimo con el aspecto de esta calle! ¡Cuán larga y ancha! ¡Qué recta! ¡Qué plana!».
Nadie concede a García Bravo crédito alguno. Su nombre desaparece durante casi cuatrocientos años, hasta que Francisco del Paso y Troncoso localiza en Sevilla el legajo que contiene la Relación de méritos y servicios de Alonso García Bravo; el documento explica que, además de México, El Jumétrico trazó las ciudades de Veracruz y Oaxaca. Su recompensa —la única— fue una encomienda de indios, de la que se le despojó años más tarde.
Hoy se desconoce incluso la fecha de su muerte.