La expropiación de los bienes de la Iglesia transformó para siempre la ciudad. Los conventos, los seminarios, las pequeñas iglesias fueron derruidos, expropiados, vendidos. El Hospital del Espíritu Santo y su templo adyacente, que desde el XVII se ocupó de la salud y los últimos cuidados de los españoles pobres, corrieron la misma suerte el año de 1861. Dos años más tarde, un grupo de españoles eminentes decidió abrir el Casino Español con la idea de renovar lazos entre la comunidad peninsular y la nación mexicana.
Durante un tiempo, la sede del Casino Español fue la antigua casa de los condes de Calimaya. En 1895, el ingeniero Emilio González Campo fue contratado para levantar el edificio en la calle de Isabel la Católica. En 1901, a la par del flamante edificio, la ciudad se transformaba. Los poderes porfirianos se trasladaban a otros espacios y se mudaban al Paseo de la Reforma, a pequeños chalets ingleses, o bien tomaban la dirección de nuevas casas en las colonias Roma y Condesa. Cambiaba el siglo en la ciudad: quedaba atrás la sanción clerical para dar lugar a las grandes avenidas, las plazas, los nuevos teatros, los casinos.