En el año de 1920 se anunciaban las fiestas del Centenario de la consumación de la Independencia y un descubrimiento cambiaría la vida cotidiana de la Ciudad de México: la radio. Ya en 1910, Porfirio Díaz había mandado un primer mensaje, y su voz aún resonaba en la memoria como venida de otro mundo. Durante los festejos del Centenario se pusieron aparatos receptores de radio en Chapultepec, en el Palacio Legislativo y en el aeródromo de Balbuena.
En esos tiempos de inventos imposibles, los habitantes de la ciudad se acercaron a un extraño hechizo en la calle de Corregidora 44: el cine silente. Las imágenes de otros lugares del mundo y las historias conmovedoras y cómicas al mismo tiempo de Charles Chaplin. Ese público celebró los primeros cortos de Charlot a la mitad de la primera década del siglo y en 1925 toda una obra maestra: La quimera del oro. Para entonces, la Ciudad de México había cambiado para siempre, el radio acercaba la música de Esparza Oteo y Manuel M. Ponce. Se anunciaba la pasta dental Ipana y los productos de Colgate Palmolive.
El festejo por el siglo de Consumación de la Independencia abrió las puertas de templos e iglesias. Un gran Te Deum se llevó a cabo en el templo de La Profesa. El Centro fue liberado de charcos y fango, vendedores y mendigos. Los jóvenes bailaban charleston y fox trot. Eran los felices veinte.