En los nombres de sus calles, la vieja Ciudad de México dejó encriptada su memoria. Luis González Obregón afirmó que en Mixcalco, Tlaxcoaque y Necatitlán quedaban ecos de Tenochtitlán; que la memoria de los misioneros franciscanos, agustinos y dominicos se conservó indeleble en calles que se llamaron San Francisco, San Agustín, Santo Domingo; que los colegios fundados en épocas remotas legaron sus nombres a San Pedro y San Pablo, San Juan de Letrán y San Ildefonso; que las calles de Chavarría, López y Vergara perpetuaron la memoria de hombres ilustres por su virtud, su riqueza o su valor.
A esta última categoría pertenece la calle que hasta 1921 se llamó de Zuleta y hoy se conoce como Venustiano Carranza.
En un acta del cabildo fechada en 1635 se habla por primera vez de «la calle del capitán Cristóbal Zuleta». No se sabe con certeza en qué casa vivió éste, pero sí que dicho domicilio estuvo en la acera que mira al norte, pues una vieja ordenanza de agua lo situó «frente a la huerta del convento de San Francisco».
Zuleta debió ser acaudalado. De él se sabe que hizo fuertes donaciones al convento de San Francisco, en cuyo templo hizo edificar una capilla que se llamó de los Zuletas, y en la que fueron inhumados los difuntos de su familia.
El convento de San Francisco y la mayor parte de sus capillas fueron demolidos por la Reforma en 1861. De los huesos del capitán no queda nada, ni el polvo. Su memoria sobrevive únicamente en legajos y en una placa colocada en cierta esquina de Venustiano Carranza. Es maravilloso: la ciudad repitió por siglos el nombre de un vecino del que todo se ha olvidado.
Excelente obra para descubrir esta hermosa ciudad.