La señal de los nuevos tiempos vino para Manuel Gutiérrez Nájera un mediodía de noviembre. Mientras se rasuraba, se hizo con la navaja una pequeña herida de barbero distraído. El hilillo de sangre tardó tres horas en detenerse. El Duque Job, como también firmaba en los periódicos, era hemofílico. En los primeros días de 1895, la influenza lo debilitó con fiebres altísimas. Al poco tiempo descubrió con estupor un tumor bajo el brazo, en la axila. Dejó de cumplir con su trabajo en la redacción de El Partido Liberal y como diputado por Texcoco. Una junta de médicos discutía la forma de operar sin ocasionar una hemorragia fatal e incontenible. El sábado 3 de febrero, Carlos Díaz Dufoo subió las escaleras adornadas con azaleas de su casa en la calle de Sepulcros de Santo Domingo. Gutiérrez Nájera se encontraba grave. Más tarde, Luis G. Urbina visitó al poeta y acompañó su cuerpo inerte toda la tarde.
Toda la prensa, sin excepción, dedicó sus primeras planas a Gutiérrez Nájera. Llovieron obituarios y condolencias para la viuda. Días más tarde, Amado Nervo escribió: «Ese inmenso cerebro fue desparramando lo mejor de su esencia en el periódico». Gutiérrez Nájera cerraba el siglo prosístico mexicano en una atmósfera de melancolía y promesas de tiempos turbulentos.