En el año de 1670 vivía en la casa número 3 de Puerta Falsa de Santo Domingo un clérigo, pero no honradamente, sino «en incontinencia con una mala mujer y como si fuera su legítima esposa». Cerca de Puerta Falsa, en la calle de las Rejas de Balvanera, vivía un herrador, gran amigo del clérigo.
Una noche sin luna sonaron ensordecedores aldabonazos en la casa del herrador. Éste abrió el portón casi dormido y vio a dos negros que llevaban una mula y un recado de su amigo el clérigo con la súplica de que herrara con urgencia a la bestia, pues al amanecer el clérigo saldría al santuario de la Virgen de Guadalupe. El herrador clavó cuatro herraduras en el animal. Los negros se llevaron a la mula golpeándola con innecesaria crueldad.
A la mañana siguiente, tras la huella del alba, el herrador se presentó en la casa de la Puerta Falsa de Santo Domingo y le preguntó al clérigo las razones de un viaje a esa hora al santuario de Guadalupe. Encontró al cura todavía metido en la cama a un lado de su manceba.
El cura le dijo que nunca había mandado una mula a su casa y que dicho viaje no había tenido lugar. Quiso luego despertar a su mujer, pero no obtuvo respuesta. La manceba estaba muerta. Al quitarle la sábana de encima vieron aterrados que en pies y manos tenía clavadas cuatro herraduras. Entonces supieron que los negros eran demonios salidos del infierno.