Esta capilla que no niega su origen barroco es otro de los misterios del inventario metropolitano: sus orígenes son desconocidos. A más de uno le ha intrigado el silencio que guardan a su alrededor los mejores cronistas de la urbe. Es como si de pronto la ciudad abriera los ojos y tropezara con algo que no había visto nunca antes: una breve capilla enclavada en la plaza más pequeña del centro: la de San Salvador el Seco, compuesta sólo por unos cuantos metros y habitada únicamente por algunas bancas.
Escribe Ángeles González Gamio:
La portada es sobria, sólo decorada con un nicho que aloja la escultura en piedra de una santa y dos ventanas ojos de buey a los lados. El lujo se encuentra en la torre del campanario, «pequeño, de líneas movidas, que resuelven a maravilla su beatífico conjunto en donoso cupulino, muy interesante y pintoresco por su rica ornamentación de azulejos.
El interior de la capilla fue remodelado a principios del siglo XIX de acuerdo con el orden neoclásico. Se cree que esta miniatura del barroco formó parte de un conjunto religioso dependiente del convento de Regina Coeli, el cual estuvo compuesto por las capillas de San Salvador el Verde, Niño Perdido, Tizapán y la Concepción de Salto del Agua.
Es, por lo demás, una de las más bellas y mejor conservadas del viejo Centro.