Frente a los muros del Templo de la Concepción, domicilio en su momento del convento de monjas más amplio y antiguo (llegó a contar con 21 mil metros cuadrados), hay una hermosa y pequeña capilla de planta hexagonal, rematada por una cúpula con linternilla. Dicha capilla se ubica en el centro de una plaza sencilla, arbolada, rodeada de antiguos caserones porfirianos. Se dice que aquel pequeño edificio se construyó en el sitio en que los conquistadores dieron la primera misa. El dato es poco probable.
El arquitecto Federico Mariscal la consideró “una capilla única”. De acuerdo con una antigua descripción, «consta de seis sencillas pilastras que flanquean el vano de entrada. En la clave del arco sobresale una imagen de San Francisco; en la hornacina está Cristo con la cruz a cuestas y más arriba, el monograma de María».
Dedicada a Santa Lucía, la capilla se quedó sin culto y en estado de abandono desde fines del siglo XVIII. Según José María Marroqui, las puertas sólo se abrían para colocar de cuando en cuando algunas velas.
Al promulgarse las Leyes de Reforma fue vendida a particulares. Y así pasó de mano en mano hasta que el Ayuntamiento la adquirió en seis mil pesos para destinarla «a depósito de cadáveres de los insolventes». Los cuerpos de éstos eran recogidos por la gaveta: un tranvía que los trasladaba a la fosa común del Panteón de Dolores.
En 1897, queriendo borrar el triste destino de la capilla, algunos vecinos pidieron su demolición. Por fortuna, la petición no fue atendida. Hoy espera que se le dé un uso digno de su edad.
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