Frente al puente reconstruido de una acequia que corrió hace siglos por esta calle se levanta un edificio misterioso. Ahí se almacenaban los granos entregados a la Catedral Metropolitana en forma de diezmo. Por eso se le conoce así: Casa del Diezmo.
En el remate de la construcción aún se aprecia un escudo pontificio, con unas llaves y una tiara. Abajo hay una cartela que dice textualmente: «Troxe donde se venden las semillas de los diezmos de la Santa Yglesia Crth Metropo de esta Ciudad de México, se acabó a 15 de octe año 1711».
Cien años antes se instaló en el mismo sitio el almacén de granos de la ciudad: la Alhóndiga, institución receptora de los productos que llegaban a México por las acequias y encargada de regular su precio. La Alhóndiga está ligada a una de las grandes tragedias de la ciudad: el motín por hambre de 1692.
Meses antes de que todo comenzara, la lluvia y el chahuistle arruinaron las cosechas en el Valle de México. El precio del maíz subió. La escasez desató un clima de inquietud y desazón. El 8 de junio llegó la noticia de que en la Alhóndiga se habían acabado los granos y las mujeres se agolparon frente al edificio, exigiendo la venta de una carga. La guardia las repelió a empujones. Se creó tal alboroto que una joven murió aplastada. La ira popular estalló: la plebe quemó la Alhóndiga, las casas del Cabildo, el edificio de la Audiencia, el palacio virreinal y 280 cajones o puestos de ropa instalados en la plaza mayor. Cuando llegó la noche, había llamas y cadáveres tendidos en las calles. El desastre, escribió Carlos de Sigüenza y Góngora, era «para llorarlo siempre». El fantasma del motín acompaña desde entonces esta palabra: «Alhóndiga».
Valiosas e interesantes crónicas.